Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Elegir la compasión, y no los atajos,
la verdad y no los artificios,
la fragilidad que brilla, y no el poder que deslumbra.
Haz tú lo mismo.
Buscar respuestas valientes para nuevas encrucijadas,
salir a la intemperie, a pelear por la oveja perdida,
desmontar las fachadas de mercaderes de desgracias.
Haz tú lo mismo.
Bailar con los intocables,
levantar a los caídos,
convertir en perdón las piedras.
Haz tú lo mismo.
Arriesgarlo todo al amor,
proclamar sin miedo la verdad,
arrostrar el juicio de los vanidosos.
Haz tú lo mismo.
Orar en la noche buscando la luz del día,
desafiar con serenidad a los miedos que asedian,
repartirte como pan en la mesa de todos.
Haz tú lo mismo
(José María R. Olaizola, sj)